Una vez lloré tanto
y tan sinceramente
que tenía miedo de haberme roto.
Y cuando dejé de llorar seguí estando triste,
tan triste
que hubiera escrito mil poemas tortuosos y nauseabundos como profesión.
Pero un día todo se había ido, el dolor, las cicatrices, las lágrimas, todo. Simplemente cuando me fijé ya no había nada que esconder o evitar para seguir pareciendo una persona sin defectos de fábrica.
Y si algo he aprendido de eso, es que todo en la vida se supera, todo se deja atrás.
Por eso cuando queremos, cuando queremos realmente, hay que luchar cada segundo para que eso siga siendo importante, para no despertarse un día y que nada esté.